sábado, 13 de noviembre de 2010

Soledad

Estamos constantemente rodeados de gente: en el colegio, en el trabajo, en el metro, en el autobús, en cualquier sitio. Pero no podemos evitar muchas veces sentirnos solos, sentir que no hay nadie a nuestro lado, que quiera compartir la vida contigo, la amistad, el amor o lo que necesitemos en ese momento. Y eso nos llena de angustia, tanta como la que nos da estar rodeado de gente por todas partes. Somos seres contradictorios, paradójicos: queremos estar solos pero nos aterra estar solos; nos agobia la gente, pero no podemos vivir con la idea de no tenerla a nuestro alrededor.

Y eso ocurre, quizás incluso con más fuerza, cuando eres adolescente. El pasado viernes tuve una conversación, de estas abiertas de corazón, con un alumno, que sabe perfectamente el cariño que le tengo, y si no lo sabe, que lo lea aquí y se entere. Y hablábamos de la soledad, de lo duro que es darte cuenta de que, a pesar de todo el mundo que hay a nuestro alrededor, estamos demasiado solos en ocasiones.

Las razones a veces se nos escapan, pero siempre queremos achacarlo todo a que somos nosotros los culpables, los que no sabemos relacionarnos, los que no podemos tener muchos amigos porque algo en nosotros lo impide. Pero no es así, es simplemente un proceso vital por el que todos pasamos y que acaba terminando, cuando encuentras tu camino.

A pesar de tener un carácter abierto, hablador y un tanto sinvergüenza, yo también pasé mi adolescencia sintiéndome solo. Tenía pocos amigos, no encontraba gente que realmente me dieran lo que yo pedía, y tendía a achacármelo a mí mismo, como si yo tuviera la culpa de no tener los amigos que otros tenían. Pero me di cuenta de que no era así, era más bien una decisión vital que yo mismo había tomado: no tendría amigos circunstanciales, que no me aportaran nada. Pero eso no me impedía evitar la angustia, la soledad. Poco a poco, superé aquello y comencé a conocer a más y a más amigos, pero lo que yo iba buscando de verdad, los amigos que están ahí siempre, los que te aportan algo, los que te hacen ser como eres. Y eso es oro, un tesoro que no puedo perder. La lista fue creciendo y creciendo, y ahora me precio de tener un enorme grupo de amigos, de jamás tener la sensación de estar solo.

Pero con la edad, el hombre, ser paradójico, de repente cambia: ahora busco muchas veces la soledad. Siempre estoy rodeado de gente, vosotros, mis compañeros, mis amigos, mi pareja. Y cuando tengo mis momentos de soledad, los disfruto con tal gusto que se han convertido en mis momentos favoritos. Es ese tiempo que gastas en dar tú solo una vuelta por el centro, paseando por tus calles favoritas y tus tiendas favoritas; cuando vas a ver tú solo una exposición de fotografía, sin tener que darte prisa porque vas con alguien que quiere salir ya; cuando te pones a escuchar música tirado en el sofá mientras lees un libro, o un cómic, o una revista; cuando ves otra vez esa película que tanto te gustó por el puro disfrute de volver a vivir esa experiencia. Es en esos momentos en los que te das cuenta de que estar solo no es tan malo, que puedes disfrutar de ti mismo.

Pero cuando ya has disfrutado de tu persona, es el momento de llamar a tus amigos, de reir, de hablar, de llorar con ellos. ¿Dónde están? Si no los tienes a tu lado, no te preocupes, llegarán. Y te darás cuenta de que la soledad que ahora sufras te ha premiado con una amistad que te hará feliz.

Y entonces harás todo aquello que yo no concibo sin un amigo a tu lado: viajar, cenar, ir al cine o ir a un concierto. De hecho, estoy esperando a que me llamen mis amigos que me viene a buscar para ir al concierto de Interpol, grupo hipersupermegacool de Nueva York que actúan en el Palacio Vista Alegre de Madrid, para disfrute de todos sus fans. Ya me veo haciendo el payaso con mis amigos, mientras suena, llena de oscuridad algo romántica, "The Heinrich Manouver" (ver vídeo en directo u os suspendo a todos en coolness)




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